Que el viento cabalgue en mis cabellos,
que la luna se cuele entre mis dedos,
que los fuegos ardan y las llamas quemen,
que estallen tormentas y truenen los cielos;
Nada ni nadie me verá presa de ellos.
Ante el clamor del olvido, despertó mi alma;
enraizó el coraje, y empuñó la calma,
obnubiladas pupilas rechazaron el agua,
se volvieron valientes, sin sed de venganza.
Que el mar ruja libre en los peñascos,
ábrase la tierra y se alcen limpias manos,
que muera entre cenizas el orgullo,
que los pensamientos huyan y se esparzan en el humo;
Nadie ni nada silenciará mi arrullo.
Me perderé en los bosques, amaré la niebla,
nombraré los vientos, al fuego y la piedra,
libraré batallas que el tiempo no conoce,
sempiterno será mi canto en los brazos de la noche.
Precioso
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